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Tuesday, May 02, 2017

Envolviendo la cebolla II

Envolviendo la cebolla
(segunda parte)

“La literatura es un intento de organizar dentro de mí, el caos que veo, de tratar que aquello tenga un mínimo de armonía para entenderlo yo mismo. Creo que nadie entiende la vida”
Ramiro Pinilla

Los escritores con quienes merece la pena perder el tiempo creo que son aquellos capaces de observarse con honestidad, de desnudar la condición humana en sí mismos y exponerla a través de sus ensayos o sus personajes para que los demás aprendamos a reconocerla en nosotros. Todos podemos ser sublimes y penosos. Todos nos asombramos de nosotros mismos muchas veces, para bien y para mal, y me gusta quien comparte su asombro por el ridículo propio en primera persona. Quienes exhiben sus méritos son demasiados.

Admiro a esos escritores sin miedo que exponen su carácter abiertamente y comparten con los demás sus mezquindades. Escritores que se utilizan como cobayas y son capaces de hacer una análisis desapasionado de sí mismos, que describen sus impulsos más vergonzantes sin piedad, que permiten que la luz entre a iluminar sus actos incluso cuando esta misma luz va a denigrarles, porque al hacerlo ayudan a desentrañar los misterios del comportamiento humano y nos dan la oportunidad de crecer en la cosa esta de ser hombres.


No le pido más a un escritor que me haga comprensibles las acciones del bicho humano, que me explique la  condición humana, la mía, a través de sí mismo. Sólo así, el crimen de la lectura, la pérdida de tiempo, está justificado.


Gúnter Grass vivió acontecimientos extraordinarios que todavía hoy nos resultan incomprensibles. En Pelando la Cebolla podía haber puesto su indudable talento para explicar el comportamiento del individuo en situaciones colectivas extremas, explicar desde sí mismo ese estado de excitación colectiva que caracterizó su momento histórico y que tan asombroso nos sigue pareciendo. Pero fracasa a la hora de transmitir su experiencia práctica durante uno de los capítulos fundamentales de la historia de todos y, lo peor, pienso que fracasa a propósito. ¿Por vergüenza, por vanidad? Yo qué sé.


En el libro apenas hay nada útil al hombre ni al alemán, nada universal. Sólo vanidad personal. Ni siquiera es un autoengaño, es un ejercicio de hipocresía calculador y deshonesto. Es una trola, una gigantesca excusa exculpatoria del calibre de la inventada por Albert Speer sobre el liderazgo magnético de Hitler que le convertía a él y a  todos los alemanes en tipos teledirigidos y carentes de voluntad y, por lo tanto, sin culpa. Todo esto no dice mucho de la capacidad germánica para la redención, y eso después de montarla parda.
 

En el libro Günter Grass se dedica a hacer contorsiones con las palabras y los hechos y se escaquea de su deber de escritor y al hacerlo nos escatima la comprensión del mimetismo gregario, una de las más grandes perversiones humanas y especialmente alemana. Ya avisaba Stefan Zweig: “El servilismo de grupo representa lo peor y más peligroso del espíritu alemán”. De este modo, el libro se convierte en uno de tantos en los que un autor se excusa.

Cuando, además, la mejor forma de redención del propio ridículo es sacarlo a la luz como al vampiro, exponerlo es expiarlo y hacer las paces con lo mejor de sí mismo. Pero Grass no buscaba hacer las paces consigo mismo, sino una excusa. Él es perfectamente capaz de explicarnos esa fuerza malvada que estaba detrás de su voluntad y de la de tantos, que durante la II Guerra Mundial provocó los actos más ignominiosos de la humanidad y a él lo convirtió en SS. De hecho lo hace, pero ocultándolo. Es un escritor, no puede ser uno más de esa multitud en connivencia con el mal.
 
Su vanidad de moralista le puede y nos hurta el mayor regalo que podía habernos hecho, darnos pistas para la comprensión del comportamiento humano en entornos gregarios inmorales.


El libro de Günter Grass hace pensar que, tal vez, mucho más que cualquier mezquindad, perversión o flaqueza reconocer en uno mismo el ridículo mimetismo gregario sea uno de los actos más difíciles para un escritor y para cualquiera. Probablemente, la despersonalización es demasiado humillante y no la admitimos fácilmente, y menos quien se pretende un moralista prisionero de una vanidad hinchada por el Nobel. Como a Shtrum, tal vez el personaje a través del cual Vasili Grossman más habla de sí mismo en Vida y Destino, y se advierte a sí mismo de la peligrosa cárcel de halagos y el precio que supone para alguien creativo. Tal vez, como a Shtrum a Günter Grass le pierde la vanidad en la que le han atrapado los premios y el reconocimiento público.
 
 
Creo que es exigible a un escritor una completa honestidad sobre sus motivaciones, si no se convierte en un ladrón del tiempo ajeno.


Perdón por este rato.

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