Esther Tusquets – Habíamos ganado la guerra
En Habíamos ganado la guerra, Esther Tusquets, una hija del franquismo
sociológico, relata su evolución del franquismo al progresismo a través del
falangismo. No es un tránsito ideológico, sino religioso. A lo largo de todo el
relato la religión es el tema que subyace y que preocupa a la autora, y no las
cuestiones ideológicas. El libro demuestra lo obvio, que en España la peña se
hizo socialista desde el catolicismo, sin ninguna necesidad de leer a Marx,
bastaba con la catequesis.
Además, la religión en España hay que entenderla como una parte de la
dimensión colectiva de uno, como identidad y no como fe. La religión es la base
de una pertenencia tribal, sin más, y no se accede a ella por la fe del
meditabundo sino por contagio social. Mimetismo, vamos.
En el fondo, el libro, cuenta la aparición del progresismo como nueva
religión política triunfante, y como la única forma de militancia postcatólica
posible para cualquier persona de carácter ambicioso o acomodaticio o
religioso. Religioso, sobre todo, como la propia Esther Tusquets.
La autora es encantadora y admirable, su libro está bien a ratos y a ratos
muy bien. Mientras lo leía yo creía que ella era perfectamente consciente de lo
que estaba narrando y de su significado, ya digo, que el franquismo católico se
“seculariza” en progresismo por la vía del falangismo. Pero entonces llega el
párrafo más decepcionante y revelador, el último párrafo del libro y, sobre
todo, su última frase:
“Supe definitivamente, aquella noche, que, si bien no era cierto que la
guerra civil la habían perdido todos, porque a la vista estaba que unos la
habían ganado (y lo sabían bien) y otros la habían perdido (y nadie iba a
permitirles ignorarlo ni olvidarlo), yo, hija de los vencedores, a pesar de
haber gozado de todos sus privilegios y todas sus ventajas, pertenecía al bando
de los vencidos.”
Asombroso, en un solo párrafo el “habíamos” que da título al libro se
convierte en un distante “habían”, aparece la tercera persona y desaparece la
primera. El tránsito identitario ha culminado, su Nosotros se convierte en
Ellos, y sin una pizca de introspección ni culpa… ni ideología.
Me he redimido sin hacer nada. Heredo toda la pasta debida al franquismo
familiar, heredo la empresa de papá… pero me distancio de la complicidad y la culpa.
Oh, casualidad, justo en el momento en el que los supuestos perdedores se
iban a convertir en los nuevos ganadores ella cambia de bando. Y este hecho no
despierta en ella misma ninguna sospecha.
Los escritores que me gustan no tienen piedad consigo mismos, se exponen
desnudos sin miedo a la primera persona singular, y por eso nos explican. A un
escritor, ya que le voy a dar unas horas de mi tiempo, le pido que sea capaz de
explicar las motivaciones últimas que hay tras sus actos y que así me ayude a
entender las mías. Y no que se dedique a elaborar y exhibir una idea
complaciente de sí mismo. ¡Por favor, que la vas a palmar, olvídate del ego! La
introspección sin piedad, de quien se usa a sí mismo como cobaya, marca la
diferencia entre un escritor del que aprendo de uno superficial, vanidoso y
satisfecho.
En mi opinión, Tusquets, con esta necesidad ridícula de forzar la
coherencia para encajar su propia vida en el relato del progresismo, el relato
religioso con el que la autora da sentido a su vida y según el cual pretende
haber vivido y trascendido, sólo demuestra cómo su instinto de pertenencia
limita su capacidad de introspección y su humanismo.
Es la peor frase que servidor haya leído para rematar una lectura
sobresaliente, una guinda hecha de purines gregarios, de necesidad de
aceptación y de un más que sospechoso interés personal, material y psicológico,
camuflado de compromiso ideológico.
“yo, hija de los vencedores, a pesar de haber gozado de todos sus
privilegios y todas sus ventajas, pertenecía al bando de los vencidos.”
Anda ya.
Con esta última frase la autora desbarata gran parte de sus méritos. Muchos
franquistas, como siempre sucede en periodos de transición, se hicieron
progresistas o nacionalistas y ostentosamente antifranquistas desde el poder y
para seguir disfrutándolo.
Más sincero habría sido:
Yo, hija de los vencedores, para seguir formando parte de quienes detectaba como "la mayoría" y seguir así gozando de todos sus privilegios y ventajas, pasé a pertenecer al bando de los nuevos vencedores…. Y sin
siquiera ser consciente de que lo hacía porque iba teledirigida por el campo de
fuerza gregario al que pertenecía. Eso sí, luego racionalizo mis actos y, a mis
ojos, soy la pera limonera.
Es triste constatar que la autocomplacencia es capaz de transformar a una
narradora brillante en una escritora mediocre. El conformismo es magnífico,
droga dura, pero no hace escritores que nos ayuden.
*Mientras sigo con mi contestación a Elefanta...